La (recontra) perdida evidencia del Arte
Breve ensayo sobre la vida artística del Perú
"La genuina experiencia estética tiene que convertirse en filosofía o no es absolutamente nada"
Teorizar sobre Arte no debe resultar (como espero que no resulte) un ejercicio pesado de abstracción con fines autocomplacientes, por el contrario, es un acto indispensable de clarificación de una realidad que nos carcome, casi como induciendo al error. Por eso es importante analizar racionalmente (y con todo lo que implica) el fenómeno que se nos ha presentado en los últimos días: la reacción ante la agresión de la ignorancia, que no contenta con imponer una lógica conservadora (acorde al pensamiento de las mayorías), es capaz de realizar vilezas sin temor alguno al costo político. Y esto porque su razonamiento (la ciudad estará mejor si preservamos esos viejos rezagos coloniales) actúa como bisagra de un modelo (esencialmente económico, pero con un particular sistema de valores) que está hecho a la medida de aquellos que han pisoteado la validez de los reclamos de estos días, así como, históricamente, han frenado el desarrollo artístico de nuestra nación.
Esto es porque tenemos una clase dominante ociosa, timorata, escuálida; que encuentra en su incapacidad para dirigir el desarrollo industrial de un país, una forma de escabullirse y resignarse a manipular en base a las debilidades ancestrales de nuestra sociedad: la nostalgia de un pasado señorial, el orgullo de pertenecer a la capital de un Virreynato, los ritos que debes respetar para pertenecer a ese mundo. Esto se debe a que en el Perú no hubo una sincretización cultural, sino una imposición que ha creado una idiosincracia vacía y sumisa a la vez. Esta imposición es básicamente Castañeda destruyendo los murales en nombre de lo establecido y correcto. Pero con lo que ellos no contaron, al hacer esta flagrante destrucción de cultura (que tanta falta hace), es con la ley del desarrollo estético, es decir, de todo lo que podemos contar como Arte, que es básicamente la oposición de la realidad, cuyo origen es una negación que no puede alcanzar pero que si describir, como una denuncia del orden y las normas.
No se puede reducir, como realizan algunos hombres de buena voluntad, este atropello solo reconociendo la injusticia de orden estético y como mero atentado a lo bello, porque nos quedaríamos en la crítica artística, que es noble e indispensable, pero insuficiente cuando nos topamos con una problemática de índole (además) axiológico. Los propios grafitteros (muchos de ellos) declaraban después del escándalo que no entendían el porqué sus creaciones estaban destinadas a perdurar más de lo que la idiosincracia nos enseña. Ante esto, se reconocía una profunda distancia entre aquellos que expresaban un sano (pero ingenuo) descontento en las redes sociales y los verdaderos artistas, que parecían olvidados e incomprendidos. Esto no tiene que ser necesariamente así. No se debe analizar desde un discurso exógeno, particionado, espectante; esa "otredad" que realiza estos artilugios (que a la luz son obras de arte) contiene una gama de necesidades que debemos pensar en resolver y es poseedor (como nunca antes visto) de un elaborado discurso lleno de símbolos y bellas imágenes, que describen y aportan reflexiones a nuestra problemática como sociedad.
También, y esto es importante, se debe señalar que esta presión no solo fue ejercida por aquellos amantes de lo "alternativamente bello", sino por vastos sectores de la sociedad limeña, que alzó su voz de protesta, si bien sigilosa y pusilánime, contra una autoridad que evidencia una primera desconexión de la realidad, una mediocridad más alarmante de lo debido. Este hecho merece ser resaltado, pues es la primera vez en mucho tiempo, que un sujeto-espectador en el Perú puede concebir una obra de arte como tal y empezar a cuestionarse el porqué esta no es tolerada ni concebida en el armonioso e irreal modelo excluyente del poderoso.
Sin embargo el eje central, finalmente no es ni lo axiológico ni lo político, es el problema del Arte en el Perú, donde la cultura ancestral es relegada por el modelo hegeliano de la búsqueda de lo bello, pues se antepone la opinión especializada de una élite neocolonial sobre los verdaderos factores que evidencian una obra de arte, básicamente, la negación de la historia, y el producto filosófico de sus impresiones. En nuestro país no existe este debate ni existirá en mucho tiempo, dadas las condiciones paupérrimas de la inversión en cultura y ciencia, los elementos ideológicos que sobreviven de la Lima virreynal por un lado, y el abigarrado desorden de un país que es demasiados países a la vez; pero el Arte siempre estará ahí, impasible, conteniendo olas y vaivenes, tratando de sobrevivir en la fetidez, en el momento preciso para denunciar a la escatológica e impuesta ideología de nuestros tiempos.